17 Abr (1977) EL MIEDO
Veíamos un relámpago y contábamos uno, dos, tres, hasta que el sonido del trueno llegaba a nuestros oídos, así una y otra vez, el miedo me invadía el cuerpo y la piel se me estremecía.
Las tormentas eran tan fuertes que el agua entraba entre las ventanas de nuestra casa, eran tipo persianas y el viento se colaba entre ellas, sonaba ese pitido que me hacía correr y esconderme en el cuartico de atrás que ya dejaba de ser un lugar terrorífico si no un lugar en donde no se escuchaba nada, allí me sentía a salvo.
Mi madre acostumbraba a rezar para que Dios protegiera a todas las personas que no tenían un hogar y le daba gracias por tener uno nosotros y estar a salvo.
Mis hermanos me buscaron en mi escondite y me llevaron a la puerta del balcón a ver como se caía el árbol de la vecina que venía a nosotros. Era un jabillo inmenso con espinas en su tronco y las raíces sobresalían, era tan frondoso que oscurecía esa parte de la calle. Y así era toda la urbanización con miles de jabillos.
Nunca había sentido miedo en mi vida, quizás temor por una reprimenda a causa de una travesura, pero fue la primera vez que supe lo que era sentir ese escalofrío en la piel, solo venía a mi mente que ese inmenso árbol iba a interrumpir en nuestra casa y nos aplastaría, mis hermanos estaban tranquilos y ellos sabían que solo rosaría unas hojas en nuestro balcón. No podía entender su confianza y tranquilidad pero me aferré a ellos.
Al finalizar la tormenta ya era de noche y salimos con mis hermanos a contar cuantos árboles había en el suelo y se veían los carros aplastados y desastres por todos lados, aun sentía temor por ese monstruo que hacía tanto daño sosteniéndome del brazo de mis hermanos para sentirme protegida.
Viví muchos años con miedo a las tormentas, logré superarlo con mis hijos, no quería transmitirles algo tan terrible como ese sentimiento con el que tanto luché para lograr vencerlo solo porque lo enfrenté.
Mis hijos lo que sabían es que al oír la lluvia era hora de salir y corretear bajo ella, lo hicimos muchas veces y los dejaba chapotear el agua con los pies y disfrutar de ese milagro de Dios en donde alimenta a toda la naturaleza regalándonos un hermoso arcoíris al terminar.
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