(1977-89) EL MOLA

(1977-89) EL MOLA

Los chaguaramos se imponían frente a él, poco a poco fueron creciente hasta llegar a lo más alto del edificio. Sus ramas invadían los balcones a medida que iban creciendo. Eran tan grandes que los usábamos para escondernos cuando jugábamos a las escondidas o para balancearnos en sus ramas secas cuando ya colgaban.

La fachada era un pequeño muro que se completaba con una reja decorativa, que usábamos para caminar sobre ellas y me encantaba demostrar mi equilibrio hasta el día que me caí.

El pasto era de un verde muy intenso, todos los días lo regaba y cuando lo cortaban el olor a pasto llegaba a nuestra casa.

El portal era techado soportado de cuatro columnas y recubierto con unos azulejos de color blanco, al levantar la mirada se podía leer su nombre, siempre con la “M” caída.

El suelo era de granito muy bien cuidado, a los lados dos jardineras inmensas con unas platas muy coloridas, y al final la puerta principal de vidrio con un marco dorado, pudiéndose ver los dos ascensores que en esa época ya eran antiguos.

Las columnas de la entrada las usábamos para contar durante las escondidas o para el juego de la candelita, el dibujo del suelo nos ayudaba para saltar y simular el juego del avión y así miles de juegos.

Ya adolescentes, esa entrada se convirtió en el centro de reuniones para compartir con nuestros amigos y conversar luego de salir del liceo.

Hubo una época, aún niña que en las tardes me sentaba en la entrada junto a ella para verla tejer. Era la madre de mi mejor amigo, estaba esperando su segundo hijo, me encantaba conversar con ella y escuchar su acento.

Me llamaba fastidio, porque, la visitaba en su casa, la ayudaba a regar las plantas… le preguntaba de todo, ¿Por qué vino a Venezuela? ¿Algún día volverás a tu país? Y así no paraba de preguntarle mil cosas y con mucha paciencia me respondía. Es fácil entender porque el sobrenombre.

Había una pequeña piscina, vacía y casi abandonada que de vez en cuando nos ayudaba a limpiar y llenar de agua para pasar una tarde de juegos.

El estacionamiento estaba justo detrás y allí aprovechábamos el espacio que había para andar en bicicleta. Poco a poco fuimos abriendo el espacio a medida que íbamos creciendo y podíamos ir un poco más lejos siempre en la misma manzana.

El Mola es el lugar en donde aprendimos, lloramos, nos asustamos, reímos y lo más importante creamos lazos eternos!!

2 Comments
  • Sérgio Grego
    Posted at 19:09h, 01 mayo Responder

    Muy bellas tus palabras y sin duda que revivo cada momento que alli pase al leerte, in pequeno viaje a nuestros recuerdos, gracias..!

    • Malena
      Posted at 19:52h, 01 mayo Responder

      Muy bellos y no quiero olvidarlos. besos

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